15 de octubre de 2015

Mendigo

A veces les echaba una mano y decía a uno de mis sucios compañeros de ahora:
-Amigo, siga mi consejo: para pasar la noche, es mejor el edificio abandonado del fondo.
Acabando por meterle en la boca del lobo con un guiño y una medio sonrisa.
Ellos no me agradecían la gestión pero yo me cobraba asistiendo al espectáculo: los golpes, el sonido del zapato sobre las costillas, los gemidos y los insultos, las risas ahogadas, el olor del miedo y de la sangre, la bendita adrenalina, el silencio final y una respiración entrecortada, expectante y miedosa.
Siempre añoraré los viejos tiempos pero, desde que me trincaron, juré no volver a mancharme las manos de sangre y no rompo mis promesas.

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