9 de junio de 2017

Pasando la tarde

            El tatuaje tiene el aspecto de un reguero de hormigas. Su pelo rojizo y enmarañado bien podría albergar un nido. Los ojos abiertos y fijos, como mirando el cielo, pero sin mirar. La respiración, contenida al máximo, inexistente. No se mueve. La encontré en el suelo del salón y desde hace quince minutos la vigilo; y no, no se mueve.
            Empiezo a tener miedo, a temer que sea lo que parece; y pasa media hora, un tiempo infinito para la niña que soy.
            Cuando se harta de la inmovilidad o decide que ya es hora de reírse, se levanta como si nada, me mira y dice: no te habrás preocupado, ¿verdad?; pero si solo es un juego. Pienso entonces, con mis cinco años y casi sin saber lo que pienso, que no es un juego para mí si yo no me divierto, que tendré que esperar a crecer para mostrarle lo divertido que es estar muerto.


(microrrelato publicado en el número 2 de la revista Callejón de las once esquinas que puedes leer y disfrutar justo aquí; está abierto además el plazo para participar en el siguiente número, ¿te animas?)

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